Un negocio para todos

Escucha a Imelda Escalante leer un fragmento de Obsesión Diamante, dale al play

Emireth se unió al tráfico del bulevar Independencia, avanzó hacia el sur de la ciudad, cruzó el periférico y continuó. En pocos minutos las calles pavimentadas quedaron atrás. La polvareda que se alzaba por la fricción de los neumáticos acompañaba la búsqueda de Cócorit número 37. Aluzado debajo de un poste, un joven en camisa blanca y corbata roja agitaba un cartón. Era Manuel García, su down line, el anfitrión de esa noche que hacía señales para indicarle el lugar. Emi detuvo el auto y salió, él le ayudó a bajar la pizarra y a encontrarse con la banqueta después de cruzar el lodo que parecía provenir de una descompostura en el drenaje. El muchacho pertenecía a la línea de Malvina, recién se había inscrito con el apoyo económico de su madre que trabajaba en una zapatería. 
En la sala de la casa, además del sillón desgastado de terciopelo café, estaban colocadas cuatro sillas de metal con el logotipo de Pepsi en el respaldo. Un foco que no iluminaba mucho colgaba del techo. En una mesa al lado del refrigerador estaba la caja del kit de Manuel y algunos folletos, Emi le ordenó que se guardaran y explicó que debían mostrarse al final del plan. Enriqueta, la madre del joven empresario, estaba sentada en el sillón, con los pies descansando sobre el piso de cemento recién trapeado.
En pocos minutos llegaron los primeros vecinos. El anfitrión les pidió que tomaran asiento. A las ocho con diez inició el plan. Hubo dos personas que se quedaron de pie bajo el marco de la puerta entreabierta, junto a un perro que asomaba con la lengua de fuera. 




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